Juan Pablo II y su visita al Perú


“Quiero deciros también que el Papa se siente charapa”

Esta es una de las frases más espontaneas y emotivas del encuentro del Papa en el Perú (5 de febrero de 1985).  También porque en Iquitos se dirigió a pobladores representantes de más de 72 familias lingüísticas  (aguarunas, secoyas, kichwas, cocamas-cocamillas,…) personas que caminaron diez días desde los lugares más recónditos de esta Amazonía.  Acá, en un acto audaz y decisivo, el Papa pidió titulaciones nativas para las tierras en donde habitaban los indígenas. 


 “Juan Pablo, amigo, el Perú está contigo” fue el coro que lo recibió en Lima el 1 de febrero de 1985. Su presencia fue la calma y el mensaje de paz  en un Perú convulsionado por el terrorismo y excluido del destino de personalidades mundiales.

Un jovencito de 65 años besó suelo peruano con la humildad de los grandes hombres. La visita de Karol Woytila, el polaco sobreviviente de la invasión alemana a su país, fue el regalo a un pueblo sufrido que lo acogía con el corazón abierto. Fernando Belaunde Terry recibió a Juan Pablo II, diciéndole que los peruanos esperábamos al Papa desde hace cuatrocientos cincuenta años.

En su papamóvil recorrió las calles de Lima adornadas con banderitas amarillas y blancas, con un mensaje de paz, sintetizada en una mirada limpia y una sonrisa franca.

Fueron cuatro días de recogimiento, oración y esperanza. Juan Pablo II demostró ser un gran conocedor de nuestra historia; se dirigió a los peruanos en el lenguaje sencillo y asequible de todo evangelizador.

 “El nombre del Perú hace evocar los ecos
remotos del Imperio Inca del Tahuantinsuyo, que supo vencer la formidable barrera de los Andes. Después de la evangelización, ese nombre habla de figuras tan notables como los Santos Toribio de Mogrovejo, Rosa de Lima, Francisco Solano, Martín de Porres, Juan Macías, Sor Ana de los Ángeles…”, dijo ese memorable día.

Su estancia en Lima, Callao, Piura, Arequipa, Cusco, Ayacucho, Trujillo o Iquitos; era motivo de traslado de miles de personas que querían estar cerca de su santidad.

Visitó los lugares más humildes, dio un mensaje de paz en Ayacucho, en pleno auge del terrorismo, fue a Villa El salvador y fue rebautizado en Iquitos como el “Papa charapa”. En Villa El Salvador dijo que esa población tenía hambre de pan y hambre de Dios lo cual motivo que el gobierno no subiera su tarifa.

En cada lugar, la fiesta era desbordante. Regresamos a Iquitos. La complicidad del Papa con el pueblo se tradujo en varios momentos que se salieron del discurso oficial. Obviamente era el momento de la partida, así que se permitió citar un versículo de Mateo 28, 20: "Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

Bendecía la cruz de palisangre, cuando la gente, al unísono, empezó a corear instantáneamente "¡que se quede!, ¡que se quede!, ¡que se quede!". “Sería muy hermoso quedarme aquí, sería quizás demasiado bien, me quedo sin quedarme”, señaló Juan Pablo, obviamente emocionado. Se llevó a todo Iquitos a Roma “porque sois todos de la misma familia, de la misma Iglesia católica romana”. Entonces, como esos momentos que sólo suceden en el momento mágico de la improvisación, el Papa, escuchó una palabrita, pregunto por ella, sonrío animadamente al enterarse de su significado y la pronunció, límpida, clara, pertinentemente. “Quiero deciros también que el Papa se siente charapa”. La multitud se vino abajo ante tanta feliz conmoción.

- "¡Que viva el Papa que también es charapa!".
- Sí, muy bien, el Papa se siente charapa; vosotros sentíos romanos, católicos, cristianos. Muy bien, muy bien. Una propuesta muy, muy hermosa.

- “¡Quédate con nosotros, quédate con nosotros, quédate con nosotros..."

- “¡Cómo son buenos!

¡...Llevad a todos, llevad mis deseos, mi bendición; como los peruanos son muy deseosos de la bendición... entonces dejad, dejad todos esta bendición para todos, todos para todos. Muchas gracias, muchas gracias. Cristo está presente con todos vosotros. Esté presente siempre con todos vosotros. Muchas gracias por esta acogida!”

Brillante en un extremo inusual, el sol se hizo presente, dando su homenaje final al Santo Padre. La multitud entonaba “Pescador de hombres”. Sonriente, humilde, emocionado, coronado y repleto de regalos y muestras de estima y gratitud, aún podía escuchar los acordes de la multitud...”Señor, me has mirado a los ojos, sonriente has dicho mi nombre, en la arena he dejado mi barca, junto a ti, buscaré otro mar”. 
 
 Su Santidad volteó, miró por última vez el Aeropuerto emocionado, sonriente, lagrimeando de emoción, y supo que ésta vez había sido una buena visita, una gran visita. La portezuela del avión se cerró, se inició el ascenso y pronto, fue subiendo al aire, a los cielos; a las celestes e infinitas alturas del Reino.
Ya es un santo…

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